martes, 25 de febrero de 2020

UN FIEL ACOMPAÑANTE EN LA DESGRACIA

BLUCKY, EL ULTIMO PERRO DE ZWEIG

Era un "fox terrier" por el que Stefan Zweig sentía un gran cariño. Unos amigos se lo habían regalado en su último cumpleaños en el exilio. Alejados de Austria a causa de la persecución nazi, Zweig y su segunda esposa Lotte Altmann, se instalaron en Petrópolis en 1941 pero, a pesar de la calurosa acogida, el que antaño fuera un hombre de éxito, que llenaba estadios para asistir a sus conferencias y era traducido a cincuenta idiomas, pacifista convencido, se hundió deprimido y sin ninguna esperanza. Había huido de Europa, un continente que conocía como el salón de su casa, lo que supuso para él un dolor difícil de soportar. Seis meses después de su llegada a Brasil, tomó la decisión de quitarse la vida junto a su esposa. Pulcro, cortés, cuidadoso, escribió una nota de disculpa a la dueña que le había alquilado la casa, rogándole que cuidara de su perro Blucky. Antes había gastado tinta violeta escribiendo cartas y notas a sus amigos y familiares, anunciándoles que para ellos habría un nuevo amanecer "aunque yo, demasiado impaciente -decía- me voy de aquí". Era el mes de febrero de 1942. Dejó más de setenta y cinco volúmenes de narraciones, poemas, artículos y ensayos admirables.